Miguel Andrés Brenner - La escuela, lo público y lo popular |
Octubre de 2008 Difícilmente pueda discutirse si Juan tiene hambre, está deteriorando su condición biológica y precipitándose hacia la muerte (1). Fácilmente se discute si la educación popular pasa por la escuela o no. La pregunta, entonces, que formulo no va en si pasa o no, mas bien, radica en “el por qué de la misma pregunta”. En los fundamentos de la convocatoria al II Encuentro Latinoamericano de Educadores Populares por la Alfabetización (2), AGMER sostiene, certeramente, que la educación popular se gesta “en el seno mismo de los movimientos sociales” y que “ha contribuido a potenciar y enriquecer las experiencias de las clases subalternas, alimentando la matriz emancipatoria que los pueblos actualizan en la lucha por su liberación”. Desde esta perspectiva, ¿tiene sentido hablar de educación popular en el marco de una escuela cuyos lineamientos y controles dependen del aparato burocrático político del Estado? Al respecto, cuando el Programa del Partido Obrero Alemán exige como “base espiritual y moral del Estado” una “educación popular general e igual a cargo del Estado” (3) , Carlos Marx, en su crítica al Programa de Gotha (4) , afirma lo siguiente (5): “¿Educación popular igual? ¿Que se entiende por esto? ¿Se cree que en la sociedad actual (que es de la única de que puede tratarse), la educación puede ser igual para todas las clases? ¿O lo que se exige es que también las clases altas sean obligadas por la fuerza a conformarse con la modesta educación que da la escuela pública, la única compatible con la situación económica, no sólo del obrero asalariado, sino también del campesino?” Ciertamente, aquella época no adolece de la actual confusión, políticamente inducida en el marco del neoliberalismo, entre lo público y lo privado, en favor de este último, pues hasta lo imposible debiera reducirse a mercancía. Los motivos neoliberales de las últimas décadas nos han hecho creer que existen dos tipos de escuelas según su dependencia genérica: públicas de gestión estatal y públicas de gestión privada. Y resulta interesante señalar, aquí, que el término “gestión” proviene del marco teórico de la Administración de Empresas, cuya significación alude a la eficiencia y eficacia, el menor costo, en el menor tiempo, el mejor resultado, observable, cuantificable, medible, comparable. Es decir, el mismo concepto público es trasvasado por criterios mercantiles, con toda su carga valorativa, debilitando así su pretendida connotación específica política. Si lo popular y lo público coincidieran, por ejemplo, las escuelas para los hijos de la alta burguesía financiera podrían ser cualificadas de educación pública y, por ende, popular, calificativo que repulsa tanto a los movimientos de base como a las mismas camadas que chupan la sangre, la vida de los pobres. Acertadamente señala AGMER (6) que la educación popular surge en el seno de los mismos movimientos sociales y contribuye “a potenciar y enriquecer las experiencias de las clases subalternas, alimentando la matriz emancipatoria que los pueblos actualizan en la lucha por su liberación”. Se muestra aquí una distancia sideral entre escuelas de unos y de otros. ¿Y qué se entiende como “público”? La Ley 1420, año 1884, apela a una educación pública, diferenciándola de las particulares, aunque en ambas pueda cumplirse la obligatoriedad del nivel primario. Formulemos, aquí, algunas preguntas. ¿Qué significaba para el presidente General Julio Argentino Roca, bajo cuyo mandato se sancionó, responsable cabeza visible del genocidio indígena, al que se denominó campaña al desierto, porque supuestamente en el desierto nadie había y, por ende, nada había que lamentar, mas bien gozar en virtud del progreso que facilitaría? ¿Podemos pensar que dicha ley ha sido sancionada, también, para los hijos de la oligarquía terrateniente, pues impone amonestaciones, penas, multas (7) a quienes no envíen sus hijos a la escuela, bajo la amenaza, de ser necesario y en caso extremo de emplear “la fuerza pública para conducir los niños a la escuela”? Ciertamente, no. En la Ley 1420 se diferencia nítidamente entre lo público y lo privado (que se alude como “particular”). Si se apela a la obligatoriedad y gratuidad es debido a que los grandes sectores populares no pueden pagar el costo de una escuela particular. Pero, no debemos olvidar que lo público de la escuela pública es un espacio instituido a fin de la homogeneización y el disciplinamiento dentro de los cánones establecidos por la oligarquía terrateniente. ¿Y cuál es, hoy día, el sentido certero de lo público? ¿Es susceptible de “gestión”, en el caso de la escuela pública? ¿No será que lo público se halla segmentado? Por ende, ¿hasta qué punto de vista es público lo público, guardando una homogeneidad sospechosa de no ser tal? Si bien dicho término no es nuevo en la lengua española, ¿por qué en la década del sesenta del siglo veinte no es utilizado por los movimientos liberadores, ni en su práctica teórica ni en su práctica práctica, es decir, en la praxis? ¿Por qué los textos con perfil emancipatorio no incorporaban dicho término a su léxico? ¿Por qué, actualmente, es utilizado tanto por múltiples sectores conservadores como progresistas, sin discriminación alguna? En realidad, un término no vale por si mismo, sino por la manera como se lo usa, dentro de ciertos juegos lingüísticos (8), contextualizados histórica y espacialmente. No explicitar cada juego de lenguaje ofrece confusión más que claridad, salvo que en el fondo no hayan juegos diferentes, y los aparentemente progresistas tengan un cúneo conservador y no liberador. Esto, precisamente, es lo que ha ocurrido en la institución y legitimación de las ‘propuestas’ neoliberales que, utilizando palabras aparentemente progresistas, han seducido a muchos y debilitado, a su vez, lo público. Una misma categoría apropiada también por el enemigo es de desconfiar. En latín, publicus, quiere decir notorio, manifiesto, que no es privado según el Diccionario Larousse. Como notorio y manifiesto, tendría de base una homogeneidad, algo que es común a todos, excluyendo de la perspectiva la noción de clases sociales. Me hace recordar a la categoría “voluntad general” de Rousseau: “Hay con frecuencia gran diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general; ésta no atiende más que al interés común, la otra concierne al interés privado, y no es más que una suma de voluntades particulares.” (9) Su generalidad diluye las diferencias, lo disrupto, las contradicciones. Y la expresión de la voluntad general es la ley, en la que todos los individuos seríamos iguales (10). Importa trasvasar términos por una mirada crítica. Entonces, ¿cómo puede interpretarse lo público?, ¿qué es?, ¿un sujeto o un neutro? ¿Es una manera de diferenciar “algo” de los intereses privados? Lo público no es, obviamente, un sujeto, se lo presenta como espacio. ¿Y qué es éste?: condición de posibilidad de la existencia de sujetos, instituido, en principio, por el ejercicio de las redes de poder hegemónico, que establecen una determinada extensión, densidad, distancias relativas entre diferentes sujetos, y la no existencia de otros sujetos, pues no ingresan en el mismo. En tanto se debilite lo público en aras del mercado hay exclusión de sujetos vivientes. Además, aparecen zonas fronterizas, donde un mismo sujeto puede encontrarse y no encontrarse en un espacio, estableciendo, así, una especie de esquizofrenia social. Por otro lado, apreciemos, también, que no se alude a un tiempo. El espacio sin tiempo cierra horizonte emancipatorio a toda praxis, la liberación requiere de un tiempo superador. Se construyen, por ende, categorías con el objeto de limitar la mirada, a la manera de anteojeras de caballos, o lentes que permitan ver de una manera y no de otra, naturalizando la referencia al espacio público. Y la escuela como objeto de políticas públicas (educación pública) ha mostrado en las últimas décadas más voluntad de ley (o mera escritura formal) que voluntad de vida, creación de valores. Pero, ¿cómo entender lo público, de la escuela pública, cuando los sectores de privilegio social tienden a segregarse en espacios privados o privativos, de no acceso al común mortal? ¿Cómo entender lo popular? En la antigua Roma, los que no eran patricios eran plebeyos. El hecho que estas gentes no patricias se vieran marginadas y carecieran de ciertos derechos civiles (por ejemplo carecían de derecho a votar), fue consecuencia de múltiples enfrentamientos patricios-plebeyos, haciendo que tomaran conciencia de clase, que ellos mismos se reconocieran plebeyos, se coaligaran sin tener en cuenta el nivel de riqueza y se unieran en una lucha reivindicativa de las aspiraciones de todos ellos. Pero sólo al comienzo de la República, de la cosa pública, es cuando se constituyen como un grupo organizado en el que todos reconocían un elemento común: su no pertenencia al patriciado, al margen de su fortuna o pobreza. A ellos se les une otro sector social, el de los proletarios (proletarii), el elemento más marginal o inferior de la población romana(11). ¿Qué pretendemos afirmar con todo ello?, que el origen de lo popular se da en la lucha contra la marginación del ejercicio real de los derechos. En nuestro presente histórico lo público, en virtud de las políticas públicas/privatistas (12), se encuentra desquiciado. La justicia (13), desbordada y colapsada, según el uso lingüístico cotidiano, también la educación y salud pública, la seguridad, los transportes públicos del conurbano bonaerense. ¿A qué alude la metáfora “desborde”? ¿Se encuentra lo público desbordado y colapsado? Desbordar quiere decir salir del borde o derramar un líquido; colapsar, disminuir rápidamente las fuerzas sin síncope . ¿No se estará diluyendo? ¿Vale la pena su defensa tal cual está o mas bien habría que hacer popular lo público? En este último sentido, tal como lo plantea AGMER, lo público no es popular. Se lo plantea desde las instancias de poder hegemónico, no desde las de la liberación, de la justicia. Hacer popular lo público implica lucha y, la lucha, confrontación de intereses, de sectores sociales, de clases, lucha práctico-teórica y práctico-práctica, praxis emancipadora. A partir de lo dicho, valga la afirmación que no podemos pensar sin Estado, ya que el Estado piensa en nosotros, en la escuela, estableciendo lineamientos, controles y formas de institución no más allá de los modelos mercantiles. El Estado tiene una fuerte incidencia en lo público, hasta la de establecer las condiciones de su debilitamiento para los sujetos populares. Habría que pensar en fuerzas constituyentes cuya dinámica desde procesos ético-emancipatorios fuerce, también, a la constitución de un Estado diferente, en el que la resolución de las necesidades de las comunidades educativas sea hilo conductor de todo su accionar. El citado documento de AGMER señala, con una significación fuertemente freireana, la necesidad de “defender el sentido de la educación como una práctica para la libertad”, que “leer es leer el mundo en el que vivimos”, “es poder desnaturalizar lo dado en una sociedad que concentra la riqueza, la tierra y el conocimiento” y, que desde tal perspectiva, los educadores deben “asumir el desafío de hacer popular la escuela pública”, para que sea un lugar en el que “se reconozcan los saberes, prácticas y valores que la lógica social dominante excluye”. Aparece, aquí, un reconocimiento: Una señal que nos encontramos en buen camino es…
Notas 1- Probablemente no habrían acuerdos acerca de las causas de una alimentación deficiente. |